El proceso de transición entre el mundo esférico anímico-espiritual (del que formamos parte antes de nacer y después de morir) y el mundo corporal terrestre implica una enormemente difícil transición entre el mundo imperecedero y el mundo de lo transitorio, entre lo periférico cósmico y la angostura de lo puntual espacial.
Nada, absolutamente nada de lo que ahí sucede es casual. Ni siquiera los procesos constitucionales patológicos que puedan presentarse. Por mucho que se nos intente convencer de lo contrario, no es el azar lo que rige en el devenir del mundo y de sus reinos, sino sentido, significado, intención, dirección y destino. Hay una omniabarcante conciencia, preñada de sabiduría, constituida por una multiplicidad de seres ontológicamente conscientes en los más diversos grados de actividad, conciencia y entrega.
El gigantesco abanico de consciencia y de entrega que, desde su polifacética intencionalidad, desciende desde el cosmos espiritual, se transforma en un prodigioso entretejido de fuerzas formativas que, en el proceso de desarrollo embrionario, pasa de ser estados de conciencia a complejos dinamismos constructores que se adueñan de la sustancia y la transforman, en los que facultades, capacidades perceptivas potenciales, impulsos afectivos, volitivos e intenciones se convierten en forma, en cuerpo, en instrumento para poderse desplegar en la esfera terrestre y en los estados de conciencia que, paulatinamente volverán a despertar, en la medida que nos vayamos adueñando de nuestra corporalidad en formación y nos vayamos integrando y “redespertando” en los límites del mundo terrenal circundante.
Observar las etapas del desarrollo embrionario es, de por sí, una aventura del asombro y de la admiración. Un atisbo de que lo que allí sucede está preñado de sabiduría, de “anti-azar”, y que incluso nos acerca a intuir etapas anteriores de la evolución de la forma humana sobre la Tierra en el transcurso de los eones.
La transición entre la vida esférica universal y el angostamiento que conlleva nuestra inmersión y adaptación al complejo mundo de nuestro cuerpo humano, eso que llamamos el “nacer”, cuando salimos del seno de nuestra madre (tanto de la terrenal, como de la cósmica), es una experiencia muy radical y traumática, no exenta de peligros, que conmociona y somete con férrea necesidad tanto al niño como a la madre.
Eso permite asimismo aproximarnos a una nueva concepción de la obstetricia.